El hijo de Antonio Maceo

Descendiente de uno de los más importantes héroes de nuestra historia nacional, vivió en cuba durante casi todo el siglo xx. Al calor de su familia y amigos siguió atento la vida cubana, aunque fuera jamaicano de nacionalidad.

 

«Nuestros libertadores, quienes llevaron vida errante, a veces durante años, separados de su hogar, tuvieron a la fuerza que caer en deslices, con damas y mujeres, que   fueron aves de paso en su vida».

Benigno Souza.

 

Finalizando el siglo XIX, desde Nueva York, Tomás Estrada Palma aclara en una carta a su amigo, el general José Lacret Morlot, que Antonio Maceo (hijo) había nacido en Kingston, Jamaica, en 1881. Estrada Palma era de los pocos que tenía noticias de la existencia de un descendiente del Titán de Bronce.

La curiosidad de Lacret Morlot había sido motivada — con seguridad— a causa de un escrito que des­mentía a unos individuos que, por esos días, se decían hijos de aquel gallardo de la Guerra de los Diez Años. Desde el periódico santiaguero El Cubano Libre (23 de octubre de 1899), el compañero de armas de Maceo, general Silverio Sánchez Figueras, había respon­dido para dilucidar el tema.

Antonio Maceo Maryatt, el único hijo reconoci­do por el general Antonio Maceo Grajales, tenía para esa fecha 18 años de edad y se encontraba en los Estados Unidos. Después de ocurrido su nacimien­to, fue bautizado por su padre con el mismo nom­bre. Había venido al mundo como resultado de una relación extramatrimonial del general Maceo con una nativa de Jamaica, donde se encontraba en su condición de exiliado. Terminada la lucha independentista, en 1878, había partido de Cuba con la esperanza de su reanudación posterior.

En los días de mayo de 1881 nacería el que se presume haya sido el único hijo del general Antonio, pues no faltan fuentes que especulan sobre posibles sucesores, a partir de su es­tancia posterior en la geografía costarricense. María Cabrales, a pesar de saber de la existencia de ese hijo natural de su cónyuge, acompañó con amor y vehemencia hasta el fin de sus días.

Se dice que la Cabrales había quedado estéril luego de fecundar en dos ocasiones. Durante la Guerra de los Diez Años, ella marchó junto a su es­poso a la manigua con una hija de meses a cuestas, llamada María de la Caridad. Para ese entonces se encontraba además en avanzado estado de gestación del que posterior­mente se llamaría Antonio. Ambas criaturas murieron poco después.

   Un año antes del nacimiento de su hijo jamaicano, el Titán de Bronce estaba pasando por una peculiar situación, la cual fue descrita así por el historiador José Luciano Franco: «Otras preocupaciones de índole sentimental, plenamente llenaban sus horas de incertidumbres dolorosas. Por un lado, su María, la compañera abnegada y valiente de los años más duros y crueles, estaba muy enferma. Las inquietantes emociones de los últimos meses habían minado fuertemente su fortaleza de acero. Por otro lado, Amelia Marryatt (sic) la madamita seductora de la calle Princesa, a quien visitaba diariamente en compañía de Justo Solórzano, amigo y confidente de aquellos amores, llevaba en las entrañas un hijo suyo. Maceo, carente de dinero, tenía que empeñar sus últimas prendas para cubrir los gastos inesperados. El Dr. Hernández era el médico que asistía a las dos, y, a veces, debía fungir a su manera, de cura de almas, para llevar aliento y reposo a dos personas igualmente que­ridas y respetadas que se enfrentaban a la cruda realidad de un destino adverso».

   A fines de junio de 1881, por consejo de Máximo Gómez, partió Antonio Maceo con su hermano Marcos rumbo a Honduras. Su estancia en ese país duraría hasta 1884. Allí lo esperaban los patriotas cubanos y viejos amigos Tomás Estrada Palma y José Joaquín Palma.

   Maceo, aunque lejos de su hijito, no lo olvidó. Su ejercicio de padre preocupado y responsable pesó más en su elección. Por una parte, hubo de va­lerse de la confianza de amigos muy cercanos para recibir y enviarle noticias, así como costear sus pri­meros años de educación.

   En respuesta a otras misivas suyas, el compatriota Eusebio Hernández le refiere el 16 de septiembre de 1881 desde Kingston: «María y la familia bien, tam­bién lo está el amiguito»; y poco después, el 19 de oc­tubre, le informa en otra epístola: «María bien, y bien el chiquitín amigo, que hace poco tuvo un catarrito».

   A través de un hermano del patriota Manuel de Jesús Calvar (Titá), quien se dedicaba al comercio en la región hondureña de Puntarenas, logra establecer el vínculo apropiado para enviarle sistemáticamente a Amelia Maryatt, la madre de su hijo, el importe necesario para cubrir la manutención del niño.

   De cualquier manera, este contacto no le duraría mucho, pues el referido amigo se retira de allí para residir en Kingston. En carta al general Antonio, con fecha del 31 de julio de 1882, Javier Calvar le brin­daba los detalles: «La última remesa de dinero que le hice a Antoñito, fue por vía de N. York, porque no me fue posible conseguir aquí ninguna clase de oro conveniente para Jamaica».

   Aun así no se cruza de brazos; el sostén de su hijo no podía esperar. Trata de encontrar a la persona apropiada para estos menesteres. Esta vez sería su viejo compañero de la Junta Revolucionaria Cubana de Kingston, José F. Pérez, propietario de una fá­brica de tabacos en la capital jamaicana. A él le escri­be: «Por un giro que hace nuestro amigo Don Juan Palma, recibirá V. veinte libras esterlinas que me hará el favor de entregar a Miss Amelia Marryatt (sic), ma­dre de un chico que tengo en Kingston, a quien escri­bo con esta fecha. Esto es un asunto, no el más adecuado para V., pero como estoy seguro que V. mejor que otro podrá apreciar mi situación respecto de un hijo, no he dudado recomendar a V. el asunto que me ocupa, pues a la vez que forme un juicio desfavorable hará otro que disculpe en algo mi conducta».

   En el período comprendido de 1884 a 1891, Maceo realiza múltiples y seguidos viajes por varios países del continente por cuestiones revolucionarias. En esos años visitó Estados Unidos, México, Panamá, Perú, Haití, Cuba y Jamaica. Finalmente, fija residencia en Costa Rica, donde luego de algunas trabas, consiguió unas tierras para fundar «La Mansión».

   Durante sus continuas, travesías estuvo cinco veces en tierras jamaicanas. No obstante, sus propósitos y deberes patrióticos, visita y está muy al tanto de su hijo. En 1891 ambos se reúnen en Costa Rica, tras la misteriosa desaparición de la madre del chico, Amelia Maryatt.

   Bajo sus cuidados, el padre inmediata­mente lo matricula como interno en un colegio de la ciudad costarricense de Cartago. A su «lado» permanece hasta el mis­mo 1895.

Envuelto Maceo en labores relacionadas con el Partido Revolucionario Cubano pre­siente que su partida a la guerra, que estalla­ría en febrero de 1895, sería en cualquier momento. No se perdonaría el viaje a Cuba sin antes despedirse de su amado hijo, quien proseguía internado en la   escuela: «Pide, pues, permiso al Director, para abrazarte y para que lleves la paga de las mensuali­dades pendientes de arreglo. Tu padre que desea verte», le había escrito en 1893.

   En el oriente cubano desembarcaría por Duaba, el 1 de abril de 1895. La lucha independentista se había reiniciado nueva­mente. De inmediato, el deber se imponía. Siente no poder criar él mismo a su hijo; le inquieta mucho su preparación.

   Desde La Mejorana, el 23 de agosto, le indica en una misiva a su amigo Alejandro González, conocido por Gonzalito: «Con Manuel Arango, de Santiago de Cuba, le remito ($300) trescientos pesos, con los cuales, de acuerdo con Marcos, mi hermano, ayudarán V. y él a la educación de Antonio mi hijo, poniéndolo interno en un colegio o pagando personas que se en­carguen de seguir su enseñanza en la for­ma que la tiene preparada, es decir, espa­ñol e inglés que aprendía en Costa Rica». Tras producirse el fatídico combate del 7 de diciembre de 1896, en el que perde­rían la vida Maceo y su ayudante, el capi­tán Francisco Gómez Toro (Panchito), la delegación en Estados Unidos del Partido Revolucionario Cubano se ocupó de con­tinuar sufragando los gastos del joven Antonio Maceo Maryatt, quien residía entonces en su país natal.

   HACIA ESTADOS UNIDOS

En septiembre de 1899, producto de una gestión personal de Tomás Estrada Palma, quien se encontraba en Nueva York, el joven se trasladó a esa ciudad para matricular en la Escuela Superior de Ithaca, que dirigía el señor F. D. Boyuton. Fue necesario que empezase en la en­señanza media (High School), pues al pa­recer no había recibido buena preparación en sus años anteriores.

   Materias como álgebra avanzada, geo­metría, trigonometría e idioma francés re­sultaron materias difíciles de rebasar por el muchacho; particularmente la primera, pues como él mismo reconoce, hasta ese momento «no había hecho tanto en Álgebra».

   Allí permaneció por espacio de dos años aproximadamente y, poco después, ingresó en la llama­da Universidad de Cornell, en la cual cursó sus estu­dios como ingeniero. Todo el importe por con­cepto de vestimenta, comida y hasta de una mesada fue abona­do por Tomás Estrada Palma como tutor del muchacho. Ya «Tomasito» había dado testimonio de cuál sería su actitud para con éste, en confesión al general Lacret Morlot, poco después de hacerse cargo de su tu­tela: «Yo he pensado como Ud., que la circunstancia de no ser Antonio hijo legí­timo del General no es motivo de nin­gún modo, para que dejemos de prestarle toda la ayuda posible de igual manera que lo haría su padre, estando vivo».

¿OTROS MACEOS?

En vida del general Antonio Maceo, y hasta después de su muerte, no faltaron episodios reportados de individuos que se autotitularon hijos suyos. Tales son los casos, poco antes de finalizar el siglo XIX, de un tal Santiago, en el estado nor­teamericano de Minnesota, y de Ramón Ahumada, que unas veces se decía hijo de Antonio, y otras, de su hermano José.

   En época del presidente cubano Federico Laredo Brú (1936-40), alzó su voz en reclamo de ese título el general hondureño Gregorio Bustamante Maceo, autor del folleto publicado en 1938 Biografía de los Maceo (héroes cubanos), en el que «de­mostraba» su descendencia maceísta.

   Bustamante hizo varias gestiones para visitar Cuba y establecer contacto con sus familiares. Mientras la hermana del general Maceo, Dominga, sí lo aceptó como un familiar, Antonio Maceo Maryatt «negó todo parentesco entre los dos, y con su primo hermano, el médico y doctor José Maceo, hijo del general José Maceo».

   Lo cierto es que Bustamante mantuvo desde entonces correspondencia con algu­nos de los Maceo de Cuba, quienes lo re­conocerían como uno de ellos.

   En 1950 la revista Bohemia publicó un artículo que abriría un capítulo en el estu­dio de la veracidad o no de los plantea­mientos de ese hondureño. Su visita a la Isla en 1951 provocó que rigurosos histo­riadores se dieran a la tarea de desmentirlo, manifestándose en este sentido la Acade­mia de la Historia y la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales.

   Todos estos supuestos hijos suyos, más que herencia material o algún tipo de posicionamiento, anhelaban el reconocimien­to público que los acreditara como descen­dientes directos del general Antonio. Per­tenecer a la estirpe de los Maceo, vigorosos gladiadores de esos tiempos, representaba seguramente su objetivo vital.

VIDA REPUBLICANA

En abril de 1902, Tomás Estrada Pal­ma, a la sazón electo presidente de la Re­pública naciente en Cuba, emprendió su viaje de regreso a la patria después de más de dos décadas de ausencia. Se había esco­gido el día 20 de mayo para su toma de posesión.

   El célebre periodista Manuel Márquez Sterling, desde las páginas de El Fígaro, dio a conocer poco antes de la inaugura­ción de la era republicana para sus fieles lectores: «Estrada Palma ha sido el educa­dor del hijo de Antonio Maceo, un gallardo joven que parece llamado a perpetuar la for­taleza de su familia heroica. Se dijo que el señor Estrada Palma traería con él al joven Maceo —como quien trae una enseña revo­lucionaria— mas, al fin, háse confirmado la noticia en contrario, esto es, la que nos en­teraba de que el hijo del Mártir continuaría en los Estados Unidos hasta terminar sus estudios. Pero él vendrá a Cuba, tarde o temprano, y visitará el campo en donde pal­pita la gloria de su padre».

   Dos años después, El Mundo comen­taba la presencia del joven Maceo en la capital cubana, además de caracterizarlo: «El hijo del inmortal Antonio Maceo se encuentra en La Habana desde hace días y ha honrado nuestra redacción con su in­teresante visita. Alto, bien plantado, de simpática figura y rostro bondadoso e in­teligente, lleva en la mirada algo de la mi­rada de su glorioso padre, como sello de la inmortalidad de su nombre. ¡Antonio Maceo!»

   Antonio Maceo Maryatt permaneció en Cornell hasta terminar su carrera de ingeniero. En dicha universidad contrajo matrimonio con la señorita Alicia Mackle. Como único descendiente del prota­gonista de la histórica protesta en Mangos de Baraguá, el joven fue varias veces cues­tionado por insidiosos que sólo consiguie­ron irrespetar la memoria del héroe. Se puso «en tela de juicio lo que por discre­ción, delicadeza y respeto a la memoria de su padre, jamás debió haberse discutido».

   Cuando en cierta ocasión el albacea histórico de Maceo, el catalán José Miró Argenter, lo tuvo delante, lo estrechó entre sus brazos y se le oyó exclamar: «¡Eres el vivo retrato de tu padre!» Su benefactor, el patriota Tomás Estrada Palma, que lo adoptó y quiso como a un hijo, fue quien hizo que viniera a Cuba con su esposa Alicia para emprender una nueva vida.

   El reconocido periodista Ramón Vasconcelos Maragliano, que pudo contarse entre los amigos de Antoñico a lo largo de su vida, lo describe en esos primeros momentos en Cuba, familiarizado «con las costumbres y el idioma del Norte, pa­recía un yanqui, por sus trajes holgados, su paso militar, su acento un poco traba­joso de extranjero aclimatado y su dominio de las efusiones, tan indomeñables en el cubano genuino».

   No parecía haber heredado los arrestos del padre y la osadía incluso para enfrentar la vida cotidiana. En términos algo anec­dóticos, el propio Vasconcelos relata que, tiempo después, vio un día a Maceo Mar­yatt ya olvidado por aquellos que antes, en nombre del padre, le tendieron la mano. Ante una situación tan desoladora, el periodista se atrevió a sugerirle que era hora de que hiciese algo para que le toma­ran en cuenta. Por ese entonces, el inge­niero se encontraba cesante de un puestecito temporal que tenía en la Secretaría de Obras Públicas, el que representaba por demás, su única fuente de ingresos.

   Con el mandato presidencial de Ma­rio García Menocal (1913-21), le fue so­licitado a éste un crédito con la finalidad de «comprarle las casas de dos plantas de la calle Manrique, para que viviera en una y alquilara el resto».

   Maceo Maryatt las recibió en calidad de usufructo con la consiguiente negativa de poderlas ceder, vender o hipotecar. Allí nació su hijo —tercer Antonio de la dinastía— que más tarde se haría médico. Ya avanzada la República, éste ocupó el cargo de subsecretario (viceministro) de Salubridad en el gobierno de Carlos Prío Socarrás (1948-52). Antonio Maceo Mackle fue un reconocido cirujano y tuvo como esposa a la señora Angelina Masqué. Ambos tendrían un único hijo, el cuarto Antonio Maceo de nuestra historia.

   La noche del jueves 4 de diciembre de 1952 falleció Antonio Maceo Maryatt en la Clínica Finlay, del Hospital Militar de Columbia, ubicado en la zona capitalina de Marianao. Allí había permanecido in­gresado cerca de un año.

   Fue velado en el apartamento (D) de la Funeraria Caballero, que estaba situada en la céntrica esquina de 23 y M, en El Veda­do. Su entierro se dispuso para las cinco de la tarde del día siguiente y sus restos mor­tales fueron inhumados en el panteón de los veteranos de la Necrópolis de Colón.

   Varias de las publicaciones de la época — como Alerta y El Mundo— reseñaron este acontecimiento y lo ubicaron, inclu­so, en primera plana. Gracias a referencias de este tipo se conoce de la presencia de personalidades, instituciones y organizaciones de la Cuba de entonces en el en­tierro de Maceo Maryatt.

   Al señor Amallo Fiallo correspondió la despedida del duelo, a nombre de los familiares. «Descanse en paz quien supo honrar la alcurnia patria, con una vida ejemplar de ciudadano», fueron sus sen­tidas palabras finales.

   Años después, los restos de Antonio Maceo Maryatt fueron exhumados y trasladados a una vieja bóveda del Cemente­rio de Colón que era propiedad del sue­gro de su hijo, el Dr. José María Masqué, donde todavía reposan.

   Con su muerte se cerraba un capítulo poco difundido y acaso controvertido en la vida de su padre, Antonio Maceo Graja-les. Por varios años, Cuba acogió hasta su muerte al descendiente directo de este gran guerrero y político. Incluso, pese a las cir­cunstancias epocales, los más cercanos ami­gos del Titán de Bronce siempre compren­dieron que debían considerar a su hijo. Se trataba de un compromiso mayor por en­cima de convencionalismos y valores mo­rales. Todo indica que así lo asumieron.

 

Tomado de la revista Opus Habana.